EL GOZO INMUTABLE
(17 de Mayo de 1939)
Siempre son gratas a nuestra mirada, y más gratas todavía a nuestro corazón, estas reuniones de recién casados que vienen al Padre común de las almas para recibir su bendición, que quiere ser —y es en realidad— signo y prenda de la de Dios.
Pero nos resulta especialmente grata esta de hoy, en el día que precede a la fiesta de Nuestro Señor Jesucristo.
Es la fiesta del gozo puro, de la esperanza serena, de los deseos santos, de los que parece como un reflejo la solemnidad de vuestras bodas, queridos esposos, porque en el matrimonio cristiano que habéis celebrado ante el Santo Altar, todo parece suscitar y anunciar gozo, esperanza, deseos, propósitos. Para que estos sentimientos que han alegrado y alegran vuestros corazones, sean profundamente sinceros y durables, unidlos a los que os sugiere la gran festividad de mañana.
Sea puro vuestro gozo, como el de los Apóstoles que se retiraron del Monte de los Olivos, después de haber asistido a la Gloriosa Ascensión del Señor, “cum, gaudio magno”, con el corazón rebosante de alegría por gloria de Jesús que coronaba su vida terrena con esta triunfal entrada en el cielo: de alegría por su propia felicidad eterna que entreveían en el triunfo del Divino Maestro.
Sobre estos motivos, amadísimos hijos, debe fundarse vuestro gozo para ser verdadero y puro: y así como aquéllos no pueden jamás disminuir, tampoco vuestra alegría estará sujeta a las mutaciones de los goces efímeros que el mundo promete: “Pacem meam do vobis: non quomodo mundus dat, Ego do vobis”, había dicho Jesús, Os doy mi paz; no como el mundo la da, Os la doy.
El gozo de aquel día se perpetúa y se dilata en los corazones de los fieles de Cristo, porque se sostiene en la más segura esperanza: “Yo voy al cielo a preparar el puesto para vosotros”, dijo el mismo Señor Nuestro: y añadía: “Recibiréis la virtud del Espíritu Santo, que vendrá sobre vosotros”.
Promesas magníficas; la promesa del cielo y la promesa de la efusión de las gracias del Espíritu Santo. Todo esto debe animar vuestra fe, alimentar y robustecer vuestra esperanza, elevar vuestros pensamientos y vuestros deseos. Ésta es la oración de la Iglesia en la Sagrada Liturgia. “Dios omnipotente nos conceda que, así como creemos que este día subió el Redentor al cielo, también nosotros vivamos en espíritu entre las cosas celestiales”, y también: “entre las vicisitudes mudables de la vida terrena, estén fijos nuestros corazones allí donde únicamente se encuentran los verdaderos gozos”: “inter mundanas varietates ibi nostra fixa sint corda, ubi vera sunt gaudia”.
Y Nos os bendecimos, queridos esposos, en nombre de aquel Jesús que bendijo a los Apóstoles y a los primeros discípulos mientras subía al cielo, “dum benediceret illis recessit ab eis et ferebatur in cœlum”.