sábado, 21 de noviembre de 2009

Audiencias


PÍO XII Y LA FAMILIA

“Vuestra presencia, amadísimos esposos, trae a nuestra memoria y a la vuestra aquel episodio tan delicado y al mismo tiempo tan portentoso que leemos en el Santo Evangelio, de las bodas de Caná de Galilea, y el primer milagro obrado por Jesucristo Nuestro Señor en aquella ocasión.

Pero Él, el buen Maestro, quiso justamente traer con su presencia una particular bendición a aquellos afortunadísimos esposos, y como santificar y consagrar aquella unión nupcial, de igual modo que al tiempo de la creación había bendecido el Señor a los progenitores del género humano.

En aquel día de las bodas de Caná, Cristo abarcaba con su mirada divina a los hombres de todos los tiempos por venir y de modo particular a los hijos de su futura Iglesia, y bendecía sus bodas, y acumulaba aquellos tesoros de gracias que con el sacramento del matrimonio, instituído por Él, derramaría con divina largueza sobre los esposos cristianos.
Jesucristo ha bendecido y consagrado también vuestras bodas, amados esposos; pero la bendición que habéis recibido ante el santo altar, queréis confirmarla y como ratificarla a los pies de su Vicario en la tierra, y por esa razón habéis venido a él.

Nos os impartimos esa bendición con todo el corazón, y deseamos que quede siempre con vosotros y os acompañe a todas partes en el curso de vuestra vida. Y quedará con vosotros si hacéis que entre vuestros muros domésticos reine Jesucristo, su doctrina, sus ejemplos, sus preceptos, su espíritu: si María Santísima, a la que invocáis, veneráis y amáis, es la Reina, la Abogada, la Madre de la nueva familia que habéis formado”.

(Pío XII, Audiencia a los recién casados del 3 de mayo de 1939)


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LA PRIMERA AUDIENCIA
A LOS RECIÉN CASADOS

(26 de Abril de 1939)

Vuestra presencia, amados hijos e hijas, llena de alegría nuestro Corazón; porque si siempre es bello y consolador este acudir de los hijos en derredor del padre, nos es particularmente grato vernos rodeados por estos grupos de recién casados que vienen a hacernos partícipes de su gozo y a recibir una palabra de bendición y de aliento.

Y tenéis ciertamente que animaros, queridos esposos, pensando que el divino Autor del sacramento del matrimonio, Jesucristo Nuestro Señor, lo ha querido enriquecer con la abundancia de sus celestiales favores. El sacramento del matrimonio significa, como vosotros sabéis, la unión mística de Jesucristo con su esposa la Iglesia (en la cual y de la cual deben nacer los hijos adoptivos de Dios, herederos legítimos de las promesas divinas). Y de modo que Jesucristo enriqueció sus bodas místicas con la Iglesia, con las perlas preciosísimas de la gracia divina, se complace en enriquecer el sacramento del matrimonio de dones inefables.

Éstos son especialmente todas aquellas gracias necesarias y útiles a los esposos para conservar, acrecentar y perfeccionar cada vez más su santo amor recíproco, para observar la debida fidelidad conyugal, para educar sabiamente, con el ejemplo y con la vigilancia, a sus hijos y para llevar cristianamente las cargas que impone el nuevo estado de vida.

Todas estas cosas las habéis ya comprendido, meditado y gustado vosotros: y si en este momento os las recordamos es para participar también Nos en alguna manera de esta hora solemne de vuestra vida y para dar a la santa alegría que os anima una base cada vez mas segura y mas sólida.

Que Dios, que es tan bueno, os conceda no enturbiar jamás la grandeza de vuestros sagrados deberes.

Que sea prenda de favores divinos la bendición apostólica que os impartimos con efusión de corazón y que deseamos os acompañe en los días alegres y tristes de vuestra vida y quede siempre en vosotros como testimonio perenne de nuestra paternal benevolencia.